En guajimía la muerte siempre está cerca



Santo Domingo “Mi nombre es Rafaela Polanco, tengo 59 años, tengo siete años inválida y no me gusta hablar”, es lo único que atina a decir sin llorar aquella mujer envejecida y enferma que solo clama porque arreglen la cañada de Guajimía para ella poder dormir tranquila.

Le pido que se calme, que se tome su tiempo para que me pueda contar su historia. Se seca las lágrimas y llama a su hija para que le alise el pelo, luego continuamos con la entrevista.

Cuando nosotros estamos más embullao tenemos que salir corriendo porque Guajimía cuando llueve se mete a siete y ocho líneas de block y tenemos que salir a pedir auxilio. Es por eso que yo digo que el hambre mía más grande es que arreglen a Guajimía, y que tiren una calle para cuando yo me ponga mala no sea tan difícil que me saquen para el médico”.

Hace 22 años que Rafaela dejó a su esposo porque la golpeaba y un hermano le prestó una casa para vivir con sus seis hijos, hasta que ella logró hacer un ahorro y compró un ranchito que le estaban vendiendo barato. Vive acompañada de su hija menor, de 26 años y sus dos hijos de ocho y tres años, cerca de la cañada de Tuffi, que es como le dicen a Guajimía por esta zona, detrás del Residencial Santo Domingo en el municipio Santo Domingo Oeste,

Cuando le pregunto cómo consigue dinero para comer, si su hija no trabaja y ella esta discapacitada, Rafaela dice con resignación “el hijo de Dios aguanta muchas cosas porque cuando usted tiene a Dios, usted tiene al poderoso de Israel” y casi con vergüenza dice: “nosotros algunas veces nos levantamos, que aquí no hay un peso, pero cuando viene a ver nosotros encontramos que comer porque viene un ángel que Dios manda que me dice toma 100, toma 200, toma 50 y como soy su hija con esos 50 pesos compro dos plátanos y comemos”. Agrega que tiene una vecina que le pasa comida regularmente y de vez en cuando sus hijos le llevan algo de dinero.

 No sabe explicar qué tipo de enfermedad fue que afectó sus piernas, pero dice que no podía aguantar el dolor y las medicinas eran muy caras, que solo una caja de pastilla le costaba 2,600 pesos, y como ella no tiene dinero fijo dejó de comprarlas. Cuando siente el dolor en sus huesos dice que clama a Dios diciéndole “me siento mal papá, pásale la mano a tu hija”. Cuenta que hace mucho que no va al médico, a pesar de su situación, porque salir de su casa es muy complicado, sobre todo para ella que no puede caminar. 

Hay que llamar un taxi y salir hasta la avenida “eso es muy difícil para mí, la última vez que me puse mala vinieron unos muchachos en un motor y yo como pude me subí y me llevaron al hospital de Engombe”. Habla de su pobreza y de la tristeza que le causó que su hermano se suicidara, “él era mi protector, por él tengo yo este ranchito aquí, él era que me socorría cuando Guajimía se inundaba. Yo me siento mal, pero le digo a Dios que yo sé que por algo me tiene aquí y le ruego que no deje que me ahogue con esos dos niños (sus nietos)”.

Publicar un comentario

0 Comentarios